«Los grandes liderazgos nacen a partir de hermosas ideas que son transformadas en acciones compartidas».

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Comunicación Política para la Democracia.

La representación política democrática se concibe como el proceso de relación entre los actores, los representados y los representantes. Este proceso relacional solo es factible mediante un proceso democrático que inmiscuya no solo la estructura parlamentaria o los procesos electorales nacidos de la democracia liberal, sino también la necesaria adhesión de procesos deliberativos y participativos que aseguren la presencia y la integración del sentir de la ciudadanía. Pero los procesos deliberativos que muchas veces se instauran a modo de “consulta popular”, se dan a la tarea de perseguir una legitimidad popular que respalde un consenso mediante el cual se supere el conflicto político. Esta precoz proclamación de superación del conflicto social y político, conlleva a reducir la participación plebiscitaria a un acuerdo de pactos entre los notables líderes de los principales partidos políticos y representantes del gobierno.

En síntesis, se trata pues, de una especie de democracia deliberativa de tipo elitista que ejerce su influencia sobre el resto de la ciudadanía desprovista de información y de una clara actitud fiscalizadora. Se trata de un enmascaramiento de prerrogativas de poder discrecional al poder ejecutivo encarnado en la figura del presidente o jefe de Estado, lo que Agamben llama la “dictadura democrática”. A ello se le suma que la representación política, en términos formales, suele ser personalista y esencialista, los canales de aglutinación social suelen trascurrir a través de partidos políticos cuya arquitectura organizativa es vertical (de arriba hacia abajo) y con medidas restrictivas (como la disciplina de partido a la que un parlamentario es sometido por la cúpula del partido). Por otra parte, la función ideológica de los partidos cumple su cometido durante las coyunturas electorales (con la llamada a la acción de votar), pero toda declaración de principios democráticos y de participación de las bases de militantes (y votantes) en la toma de decisiones al interior del partido político se difumina cuando finaliza el proceso electoral.

La estructura partidaria de mando y control encarnada en la directiva del partido vuelve a tomar las decisiones de manera unilateral, y el ejercicio de democracia deliberativa de disipa. Este papel esencialista y estratificado de intermediación que juegan los partidos políticos, conlleva el riesgo de ser trasladado a la lógica de la función del Estado cuando uno o varios partidos alcanzan el poder gubernamental.

Partiendo de lo anterior, Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, establecen un pensamiento de transformación social, a partir de las reflexiones realizadas por Antonio Gramsci sobre la importancia de la cultura y la ideología para comprender la dinámica de lo político, pues para Gramsci estos elementos permitirían alcanzar el consenso de la sociedad civil y posteriormente de la sociedad política y, así, alcanzar la hegemonía de un nuevo orden social basado en la pluralidad de demandas y en el reconociendo del individuo como agente de cambio.

En todo proceso democrático se puede advertir un hiato o fractura por donde emerge no solo la representación legítima de un gobierno, sino también su reverso: una impostada figura de representación política a la que subyace un déficit de participación ciudadana. Para entender  la democracia como sancionadora de legitimidad, también es necesario asumir la existencia de una crisis de legitimidad que se correlaciona con la brecha insondable entre la primacía de los intereses de los representantes políticos frente al grado de (in)visibilidad que se le otorga a las demandas de los representados en la construcción de la agenda política y mediática.

La teoría de la democracia se funda conjuntamente sobre definiciones de carácter prescriptivo (lo que debería ser) y descriptivo (lo que es en la práctica) (Sotillo y Nieto pp. 25). Lo ideal y la realidad  tienden a trasvasarse para construir un nuevo orden. Si partimos de lo descriptivo, es decir, del orden social instituido, nos lleva inexorablemente a pensar en el espacio de lo político como “agencia”, dado que lo político es constitutivo de lo social, ¿Qué quiere decir esto?, que la configuración de todo orden social emerge de las prácticas políticas de los actores sociales que se encuentran en el campo de la disputa política.

«La atribución más extendida de la comunicación política la presenta como una herramienta de persuasión que altera la percepción de la realidad de las personas. Se trata de una concepción cosmetológica de la comunicación política basada en el marketing publicitario y la espectacularización de la política».

Si el orden social es la resulta de la disputa política, esta disputa solo se puede entender como un trasfondo de carácter contingente. La introducción del carácter contingente del orden social permite pensarlo como abierto, al contrario de los regímenes totalitarios del siglo pasado que consideraban a la sociedad como un todo homogéneo y cerrado.

Por otra parte, la representación política es articulada, ya no es esencialista, encarnada en la figura de un caudillo o estirpe, o en la noción de un sujeto universal como el proletariado o el partido único. Por lo tanto, a partir de estas características podemos afirmar que el “contrato social” siempre estará sometido a revisión por parte de los diferentes actores sociales para lograr un nuevo consenso, aunque este sea precario y transitorio.

¿Y cuál es la implicancia de la comunicación política en todo esto?, para entender el rol de la comunicación política, primero hay que saber dónde ubicarla. La atribución más extendida de la comunicación política la presenta como una herramienta de persuasión que altera la percepción de la realidad de las personas. Se trata de una concepción cosmetológica de la comunicación política basada en el marketing publicitario y la espectacularización de la política. Alejar la comunicación política de esta especie de emulsión de palabras y sentimientos enlatados, que suprimen todo acto reflexivo del individuo y enaltece la idiotización del espectador, me lleva a poner de relieve la importancia que se le debe otorgar a la diferenciación operativa  entre “la política” y el espacio de “lo político”. Para enmarcar el rol de la comunicación política en la incardinada relación de ambas concepciones, voy a establecer su conexión con algunas categorías conceptuales que ampliarán el marco relacional.

La imposibilidad de la cancelación del conflicto interno

Para David Howarth, la categoría conceptual de dislocación se define como aquellos “acontecimientos” o “crisis” que no pueden representarse en el orden discursivo existente, dado que su función es interrumpir y desestabilizar los ordenes simbólicos (Howarth, 2016, p.324). En este sentido, la dislocación es una serie de acontecimientos disruptivos, que de manera contingencial (azarosa), pueden decidir sobre la forma de un orden social. Para Chantal Mouffe, se trata de conflictos que se suceden en el interior del propio sistema político y que se aleja del consenso pactista promulgado por la democracia liberal, se trata de conflictos necesarios donde las diferencias puedan ser enfrentadas como parte del proceso democrático, Chantal Mouffe llamará  a este proceso “pluralismo agonista”.

Por su parte, Ernesto Laclau junto con Chantal Mouffe, presentan el concepto de “antagonismo” como el proceso por el cual lo social, es decir, el campo de las diferencias discursivas es homogenizado en una cadena de equivalencia que opera frente a un exterior puramente negativo (Critchiley y Marchart, 2008; pp. 19-20). Esta idea de antagonismo parte de una concepción en lo que “lo político” es un espacio de poder y conflicto. La relación “antagónica” no surge de identidades constituidas plenamente, sino de la misma necesidad de constituir dichas identidades. Se podría decir, que el proceso antagónico tiene una función reveladora del carácter contingente de todo orden social. Es decir, es en la relación antagónica donde se reconocen los actores sociales (amigo-contrincante), permitiendo pensarse a sí mismos como actores políticos y, por consiguiente, pensar lo social de manera objetiva bajo un proyecto político.

A partir del pensamiento postestructuralista de Laclau y Mouffe, las identidades son presentadas como abiertas y pueden ser conducidas a asimilar una determinada identidad política.

El espacio de lo estrictamente político (el campo de la disputa política) es orientado por los actores sociales hacia  la construcción ontológica (la razón de ser) de nuevas identidades políticas. A su vez, dentro de estas prácticas de articulación política, también se busca la construcción de una nueva lógica del Estado como estructura rectora del orden social que permita integrar las diferentes sensibilidades sociales bajo el epíteto de la “voluntad general”, una ficción predicativa que fracasa en su intento de cancelar el conflicto interno, pues la política no solo es voluntad sino también razón, convencimiento y argumentación. Es justamente en el intersticio del proceso de conversión del estadio de conflicto hacia un escenario consensual, donde se ubica la función performática de la comunicación política

La performatividad del conseso político

Dentro de la acción política, la comunicación política ayuda a que las acciones de los actores políticos se vuelvan relativamente inocuas ante la tentativa del uso de la violencia directa. Para Dominique Wolton, la comunicación política se define como el espacio donde se intercambian los discursos de los tres actores que tienen legitimidad para expresarse públicamente sobre política: los actores políticos, el mundo del periodismo y la opinión pública. La comunicación política ya no es un espacio de dialogo, de raciocinio, sino de contradicciones, un espacio por el poder. La comunicación política tiene un sentido bidireccional, haciendo fluir el mensaje en sentido descendente y ascendente entre el estrato político  y la ciudadanía.

Pero toda esta acción discursiva entre los actores opera dentro de un espacio compartido, esto es, el “espacio público”. Si el poder comunicativo se encuentra dentro del espacio público, el poder coercitivo que constriñe la acción del sujeto se ubica al exterior del espacio público. El primero se materializa dentro del aparato ideológico del Estado, y el segundo dentro del aparato represivo del Estado. Dentro del entramado de los aparatos ideológicos existen contradicciones que producen fracturas o brechas que impiden un cierre total del discurso predominante. El aparato ideológico del Estado se convierte en objeto y lugar de lucha en un campo antagónico de amigo-contrincante, pues es por medio del aparato ideológico que se logra construir un discurso hegemónico. En resumen, La esfera pública es el ágora de la sociedad civil donde  nace la opinión pública que incide sobre el poder estatal. La comunicación es el pilar sobre el que se asienta el espacio público.

Todo proyecto social hegemónico es instituido para dar sentido a un conglomerado de sedimentos históricos que trascienden al individuo. Pero es a través del espacio de lo político donde la indeterminación de lo social adquiere “sustancia” en forma de antagonismo, una sustancia que se convierte en la parte instituyente del orden social, es decir, que se hace presente mediante lo simbólico y la producción de imaginarios colectivos que intenta suturar/determinar la subjetividad de lo social. Esta función instituyente de lo político sobre el orden social, es lo que denomino “performatividad del consenso político”. Es una dimensión universal, simbólica y discursiva por donde transita el rol de la comunicación política, donde la política vernácula y el espacio de lo político se vinculan de manera transitoria en determinados marcos contextuales.

La lógica del Estado como un dispositivo universal se hibrida simultáneamente con otros dispositivos concretos: social, político, económico y cultural, que a su vez, sirven de puente para conectar la universalidad estatal con lo particular del sujeto social de manera referencial. El espacio de la política y de lo político, no son dos categorías conceptuales independientes, sino que la política en su sentido meramente performativo intenta traducir con un lenguaje simbólico, litúrgico, audiovisual y discursivo, las acciones estratégicas fundadas en una relación de poder de los diferentes actores políticos (partidos políticos, líderes outsiders, sindicatos, movimientos sociales, instituciones privadas y religiosas, etc.) que han decidido bajar a la arena del conflicto de lo estrictamente político.

Democracia Honduras

Así pues, los espacios de lo estrictamente político (sociedad política y sociedad civil) se relacionan con la esfera de la política performativa dentro de un sistema de partidos, cuyas organizaciones de partidos convertidos en intermediarios entre la sociedad política y la sociedad civil, constituyen una fuente de poder social.

La lógica de la democracia está obligada a vivir una relación de fricción con la lógica del aparato estatal. Entender esta fricción en un sentido agonista como establece Mouffe, transita por reconocer la crisis de representación política como consecuencia de la incapacidad de los representantes políticos para entender que la democracia ya no se instituye únicamente en el parlamento o en las instituciones formales del Estado, sino que también cobra cada vez más relevancia en los medios de comunicación y en las plataformas digitales, donde ya no simplemente se comunica la acción política, sino que también es el escenario de la disputa política y del ejercicio democrático. En términos de comunicación política, estamos hablando de la “tecnopolítica”, una nueva forma de democracia directa que permite la movilización activa de la ciudadanía en las plataformas digitales dirigidas a generar un cambio, un impacto en la política como puede ser la creación de un gobierno electrónico.

La comunicación política se enmarca en el proceso de articulación de la política democrática, en la relación comunicativa entre el candidato y el elector, entre las instituciones, la ciudadanía y los medios de comunicación. La comunicación política hace uso tanto de las herramientas offline como online para llevar a cabo su proceso de transmisión de la información, de divulgación, investigación y predicción. En suma, a través de la comunicación política se da una convergencia de las ideas y de las acciones de los actores políticos, dentro de contextos históricos concretos, que a su vez forman parte de una totalidad discursiva. La comunicación política contribuye a desplazar las ideas esencialistas y cerradas de representación política hacia proyectos de articulación política de tipo más plurales y abiertos.

Gerson San José

Gerson san José

Politólogo | Experto Comunicación Política

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